GERRY ONEL MARTÍNEZ FIGUEROA, PUERTO RICO


 Gerry Onel Martínez Figueroa

PUERTO RICO

 



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QUERIDOS

En un desvelo primaveral del año 2019, me puse a escribir memorias de los veranos desde el año 2015 hasta el 2018. Cuatro irrepetibles veranos que he nombrado según impactaron mi vida, cada uno con el nombre que corresponde. Pasada la primavera, llegó el verano 2019 y decidí incluirlo en esas memorias tan mías. Luego, resumí esos relatos veraniegos en este libro y los ubiqué en el tercer capítulo (porque tenía ganas de hacerlos novela, pero, meh…), que se titula “Veranos”. Ese es muy probablemente mi favorito; el más librepensado, quizá. Lo he colado casi en el medio porque hay otras cosas que como autor debo narrarles a mis lectores de antemano. Igual pasa con los capítulos que suceden luego del tercero: deben ser escuchados. Así que agradezco que tenga entre sus manos, entre sus pies o entre los pies de alguien más, un pedazo de mis memorias. Léalo siendo usted tan suyo, como he sido yo muy mío narrando cada palabra. Así que si me conoce y cree que hay incongruencias entre mi persona y mis letras, sepa usted que la dualidad existe, sepa también que estoy desnudo en el balcón, escuchando pajaritos, limpiándome la nariz y con ganas de correr por la orilla de la playa. Ah, y por ahí notarán que he colocado en algunos textos palabras como: vosotros, os, sois, y otras más como si fuese yo de España, pero es que me ha salido un poco de los pulmones ponerlas porque me gustan. Advierto que leerán sobre mí, pero en algunas partes creerán que es sobre ustedes. Espero que no pase con todos, sería vergonzoso para mi desempeño. Y eso.

INTRODUCCIÓN

Podría ser yo más astuto e inteligente, pero durante años me junté con gente muy tonta. Con ellos era imposible evolucionar características propias de alguien que ha nacido con propósitos, pero los que dejan beneficios. Por estos días, procurar gente que me inspire se ha vuelto prioridad, hacerlos mis amigos una facultad y sacar lo mejor de ellos para hacerme mejor yo, un modo de vida del que he sacado las mejores versiones de mí.

Dándolo todo en mi versión más fresca y deslenguada, tuve la fortuna de inspirarme y contar un par de cosas. En algunas de ellas me quedé corto, en otras me pasé de la raya. Y pasándome o no, tuve ánimo para escribir casi a la perfección algunos de los pensamientos que me llegan en las benditas horas aurorales o a veces crepusculares. Esas instancias del día en donde se percibe una casi oscuridad semejante. Excitante también. 

Motivado gracias a esas horas fantásticas, tomé en serio eso de teclear mis pensamientos en la computadora, y de paso, me he enterado de algunas cosas. Claro, me he enterado porque cuando esos pensares tienen forma, los publico, y surge una comunicación con quienes a veces leen lo que escribo. Y siguiendo el rollo a quienes me dejan saber el tipo de escritura que les gusta, he podido notar que la mayoría son unos bribones (bellacos), amantes de la picardía, la lujuria, lo íntimo, lo morboso. Pero sepan, como soy un escritor —en ocasiones— abandonado por mí mismo, escribo lo que nace de la instancia. Esa que llega a colocar mis ideas y otras veces a confundirme más. 

Dicen que los poetas están locos, pero para mí son solo pensadores que manifiestan su criterio de distintas formas creativas. Los poetas de antes lo hacían bien. Por estos días, uno que otro se destaca en el ocultismo, otros pretenden llegar a ser grandes poetas escribiendo cosas que se llevan escribiendo hace años; no se fajan. Mi estilo es distinto, eso creo. Por eso, puntualizo el hecho de dar rienda suelta a mi percepción de las cosas y las matizo con toques de exceso, para simplemente crear y que crean en ellas. En esas líneas de conceptos que se vuelven historias, he notado que hay muchísima gente con ganas de escaparse de su espacio y trasladarse a una dimensión que provoque sensaciones excitantes. Por mi parte, he sido un hombre que ha pasado gran parte de su vida contando intimidades que no debería dar a conocer porque son asuntos personales, pero así soy, explayado. Algo pasa conmigo cuando agarro confianza; me creo que todos merecen saber siquiera algo de mí. Entre mi cerebro y mi lengua a veces no se paga peaje. Lo que me llegan son facturas por haber pasado de largo. Y de seguro así somos muchos. Por eso, como es parte de mi naturaleza humana no tener medidas a la hora de relatarme, esta vez lo haré con mesura, con prudencia, pero también con algunas pinceladas de inmoderación. Así habrá congruencia entre mi persona y mis letras.


EL PROCESO DE ESTE LIBRITO

¡Qué cantidad tan irritable de cosas fastidiosas sucedieron! Pasaron hasta durmiendo. En ese estado natural de la vida (y me refiero ahora en primera persona) es que me suceden las cosas más desprevenidas. La vida me sorprende y me descoloca; es jodona la instancia en este planeta compartido con algunos seres detestables. De todas formas, he creado este palabreo extenso, que a lo mejor hace que usted, mi lector, no sienta indicaciones relacionadas a esos fastidios. 

Pues resulta que la vida es justa e injusta al mismo tiempo; para unos es buena y para otros es mala. Es una cabronería. Pero, a pesar de la cantidad tan irritable de cosas que me sucedieron mientras escribía, pude terminar. Supongo que, si ha llegado hasta aquí, es porque su perspicacia le permite ver cosas que otros no entenderán. Hasta el momento, gracias. Por ejemplo, yo no acabo de entender (porque no quiero, supongo) cómo es que hay gente que se aferra en ser como otros. No que se inspire ni nada de esas minucias, me refiero al descaro con el que imitan la personalidad y estilo de vida de alguien. Peor aún, los que son la copia de la copia de alguien. Sin caer en el plagio, copiar no está mal. Pero salirte de ti mismo para desenvolverte como lo hace esa persona transmisora de admiración es patético, y lo es a niveles elevadísimos. 

A ver, hace poco andaba por un conocido mercado o pasaje de compras en la Ciudad de México, o como cojones sea que se llame ese lugar donde los frikis se reúnen a compartir con los amigos que sus padres les prohíben, y me topé con una viejecita que me dijo algo así: “Muchacho, si no llego a verte juraría que he viajado al pasado, veo tanta juventud vistiéndose con ropa vieja que supongo compran por aquí en estas tiendas de segunda y me confundo. Ellos se miran antiguos, y yo como una pinche culera poniéndome ropa del Zara. ¡Quién entiende a las generaciones y sus modas!, no manches”. Eh ¿así o más heroica la doña? En respuesta a su interesante asombro, me quité mis gafas para ver toda esa juventud de aspecto antiguo —según ella— y observé que la mayoría tenían las mismas zapatillas puestas. Eran esas como las que llevaba Kurt Cobain cuando decidió fusilarse por allá por el 1994. Además, la mayoría de las chicas tenían pantalones de mezclilla de color gaseado, ese que no es ni azul ni blanco; todas lo llevaban puesto casi hasta el cuello. Tenían el chocho (el coño, por si lo entiende de esta otra forma) bien marcado. En cambio, yo iba con mi pantalón negro desgarrado —de fábrica, no desbaratado por mí—, con una camisa que no recuerdo y montado en mis botas Dr. Martens. Para ser verdad, me veía distinto a todos aquellos jóvenes añejados. Me gusta ese estilo así, de cultura basura, pero admito que la doña con su teoría del viaje en el tiempo me dejó pensando sobre las supuestas modas y las pendejadas vigentes. O sea, allí entendí que mi osadía tiene un grado considerable de verdad y hasta una abuelita coincide. Y hasta aquí dejo parte de mis insolencias (a ver hasta cuándo) para contarles otra cosa que es indispensable para concluir esta introducción. Es que chico, no hay nada inventado, todo se ha hecho. 

LA GENTE DE NADIE

Basándome en hechos reales sobre la sociedad actual: he leído, incluso, he conocido a personas que crecen con privilegios que otras personas ni siquiera experimentan soñando. La desigualdad es cruel, y más cuando con descaro disfrutamos algunas obras, como historias o fotografías de asuntos de desigualdad humana, y las volvemos parte del afán cultural que evoluciona dejando atrás situaciones de las que se habla, pero no se vive. Y vivirlo sin obligación, algo que se hace solo por ponerse en los zapatos de los desafortunados. De la gente de nadie.

Hubo un tiempo, ni tan lamentable como los vive la gente de nadie, ni tan favorable como los vive la gente privilegiada, en que llegué a tener —y por desgracia— momentos en los que me sentí desorganizado en casi todos los aspectos de mi vida. Perpetué tanto el síndrome del pendejo en mí (si es que existe y con el nombre que sea), que desempeñé todo mi tiempo en tonterías, a sabiendas de que lo hacía solo por escaparme del momento, de librarme de algo y perder el tiempo celebrándolo. Fueron idioteces como estas: estuve preocupadísimo con el asunto de aprovechar bien el tiempo, y fue cuando incluí agendas y alarmas para poder cumplirme. Sin embargo, estaba enojadísimo todo el día, además, estaba cansado todo el rato y me sentía ingobernable. Intenté una forma de ser abrupta que no me gustó, y verlo reflejado en la normalidad de los gestos que hacía la gente, me convenció de que algo andaba mal en mí. 

La verdad es que, si hubiese organizado el tiempo, estoy segurísimo de que este libro lo habría podido redactar en menos tiempo, pero, atribuyendo mi falta de interés a que soy jornalero, y sumándole que para llegar a mi trabajo tengo que cruzar de un país a otro, y encima de eso enfrentarme a las 21 paradas que hace el tren antes de dejarme en la más cercana a mi lugar de empleo, a lo mejor hubiese terminado este palabreo antes. Y es que, a pesar de que esta pieza es un recorrido de hace un montón de años, no solté riendas y me acostumbré a rutinas que por desgracia no incluían la escritura. De todas formas, es dos de agosto del 2019 (felicidades, mami, es tu cumpleaños) y miro el ciclo natural del día que surge cuando el sol baja en el verano de Baja California Norte, justo la hora exacta que se cuelan los rayos de sol por la colina donde los árboles que rodean mi ventana caen en mi escritorio, este que he improvisado para modificar un ensayo que comencé en 2015. Y es preciso destacar en este instante, que usted, mi lector —fiel o casual— lee la versión que entendí era la exacta. Y considerando la forma tan radical en la que de vez en cuando me comporto, sé que habrá nuevos textos para relatar. De los que en algún momento tendré la responsabilidad de darles vida, porque, sino, volverán las pocas horas de sueño, pero las que provocan el desespero. 

Hallándome en este espacio con el que he querido recrear un salón idóneo para contar historias, disfruto la vista que desde aquí es entrañable. He logrado contar cuatro tipos de color rosa en muchísimas puestas de sol. Eso lo hago cuando no encuentro la palabra ideal para un texto, y me pongo a respirar a la vez que alzo la vista que se relaja naturalmente. A mi alcance tengo un vaso y unas fotos que me hacen seguir con esta historia que ha logrado captar su atención, y espero que la acapare hasta el final. Siendo quien soy, vale la pena prestarme atención. Les juro. Esta obra merece ser leída de principio a fin. Sin embargo, cierre el libro cuando se haya empalagado y vuélvalo a abrir cuando se sienta a gusto. A veces, los límites bajos de tolerancia, las miserias de tradición, y la altanería, convertidas en letras, pueden llegar a empalagar y hacerlo por buen rato. Este palabreo son puros relatos de mi vida que necesito contar porque quiero que cuando muera me recuerden como a un filósofo, un cuentista, un pensador posmodernista, llegar a ser póstumo incluso antes de morir. Que no soy ni he sido un hombre básico, de esos que, sin abrir la boca, cualquiera pudiera predecir su tono de voz. Además, incluyo consejos que han salvado mi vida, mis finanzas y mi felicidad. Y no vaya usted a confundirse, que no soy yo un Motivational Speaker, o como mierdas suelen etiquetarse ellos mismos. Payasos. También, he mezclado algunos ensayos y relatos que he escrito a lo largo de mi juventud y los he mezclado entre sí porque tienen vigencia. Si no se familiariza con esta exposición de vivencias, quién sabe si a un estimado sí. Hágase un favor. 



ARTE: ALFREDO CARLO


BIOGRAFÍA

Una melena inconfundible, pésimas combinaciones de ropa, libretas escolares forradas de elementos representativos de la cultura pop-rock-grunge-queer noventera, y tendencias góticas no aprobadas por sus padres, representan parte de la niñez de Gerry Onel Martínez Figueroa. Etapa atestada por la diversión que comprende esa edad de la inocencia. Llena de dulces, repleta de peleas con sus dos hermanos, con quienes también atesora inolvidables aventuras, confesiones y secretos. Hoy día, con esa edad que veía panorámica cuando pasaba rato arrojando huevos a las caravanas de políticos en su natal pueblo de Peñuelas, Gerry intenta hacer balance entre lo que ama y lo que odia a la vez. Ambiguo por naturaleza, despreciador a tiempo completo en asuntos que tengan que ver con típicas formas básicas de comportarse y, con atuendos más atinados, Gerry se define como un crítico no deliberado, de esos que no paga peaje entre el cerebro y la lengua. Librepensador siempre que está despierto y amante del sonido natural que nada tiene que ver con los músicos a quienes hoy día se les presta mucha atención. Bajito, con pequeñas manos de dedos gordos e incomprendido por él mismo, Gerry se ha auto etiquetado como escritor. Y lo ha hecho porque le gusta leer lo que su mente puede ser capaz de redactar. A pesar del inoportuno acceso de sueño de carácter patológico provocante de un deseo irresistible de dormir llamado Narcolepsia, Gerry busca recrearse haciendo las cosas que le hacen sentir pleno. Algunas de esas cosas son: escribir, reescribir, volver a escribir, tomar fotografías, editar fotos y vídeos, hablar de temas de indigencia humana, penurias, fantasmas, conspiraciones, leyendas pueblerinas, etc. En fin, que es un muchacho bastante ocupado. A veces suele ser muy positivo. Y como si fuese poco, es un devoto de los astros, que además cree que la mente lo puede todo. Vive con esa filosofía de que si deseas algo y mantienes ese sentimiento firme, la vida te lo concederá. Como el puto libro The Secret, de Rhonda Byrne. Muy ambiguo él. También cree en algo que llaman karma. Un tipo agradable casi siempre. 

¡Ah! En el año 2012, obtuvo su grado de bachiller en periodismo y su concentración menor en Sistemas de Justicia (decisión que aún se cuestiona) en la Universidad del Sagrado Corazón (USC) en Santurce, Puerto Rico. Y en el año 2018, obtuvo su diplomado en cinematografía del Centro de Estudios Cinematográficos de Baja California en México (CECBC). Gerry planifica hacer una maestría en escritura creativa, pero igual sospecha que estará muy ocupado. Cuando le sale de los pulmones, publica contenido visual en su blog interactivo Contenido Autárquico. Su pasión por contar historias no solo se ha quedado en la escritura, también ha grabado varios documentales y ha dirigido un cortometraje. Entre sus planes literarios se destaca la creación de varias novelas, de las que luego gustaría volverlas película. Algunos de sus escritos se han publicado en revistas y dos de sus ensayos formaron parte de la editorial española Hago Cosas en sus versiones otoño 2018 y primavera 2019 de libro de jóvenes escritores. Ustedes no entenderán es su primer libro. Y eso.

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