IZAMARIS HERNÁNDEZ, PUERTO RICO
IZAMARIS HERNÁNDEZ
PUERTO RICO
30 DE SEPTIEMBRE
He tenido que entender
el querer de los seres
con quienes muchas lunas
me inspiraban suspirar
tu presencia al respirar
y los atardeceres;
muchos de ellos vanos,
y pocos, crueles.
De la nada
aproximado
cinco primaveras sin volares felices
sin inviernos abrazados,
sin verano.
Envuelta
solo de caribeños rayos,
con vientos anaranjados
como la hoja de patio,
maltratada, pisoteada, sin remedio.
Pues intento algo nuevo;
un recreo, pero eterno.
Sin principio introductorio
de lo aburrido del peligro
viviendo cada latido
producido por un fuerte brinco
ondulante y oscilante
midiendo gravedad, estando unidos.
No hay instrucciones
ni tan siquiera un sexto sentido.
Tengo ganas y energías
de creer en mí, sin dejar de odiarte a ti.
Quiero que sepas
que con esperanzas , elogiaba tu olvido.
No te quería ver vivo.
Y todavía no entiendo
cómo el dulce recuerdo,
rebobina en el olvido,
y raya en lo más fino
al yo no saber respirar
bajo otro pecho sin igual.
Diferencia en distancia
no preocupan mi latido
que desde mi tierra a la madre patria
defiende al quisqueyano
que por no tenerlo claro,
no cerró la luna su segundo ojo
y ni tan siquiera el sol
supo sin tesón,
del por qué no una sucesiva ocasión.
Pero a lo que voy
en esta venturosa ocasión
de esta nueva razón
de obtener inspiración
y crear con la escritura
para contar la locura
que me llevará a la perdición
después de violar la condición
de una vieja ruptura
con curiosidad, sin ratón
y sin gato; sin ataduras.
Con advertencias a un pacto se llegó
a sabiendas y sin ilusión.
¿El esperar me favorecerá?
No sé.
Te diré
cuando llegue al doce,
después de las agujas
del treinta de septiembre.
Pepe–Hillo
“Las patas del animal en el
ruedo mojado,
la mirada en la respiración,
jadeos de movimientos,
toros de lidia”.
–Gerardo Diego
El
público pide bravura. Pepe–Hillo exige que el toro sea malo y que embista; que
no huya. El peligro es inminente para lidiadores como tú con ansias de retar la
naturaleza, con toros de sentido, ese tipo de toro que instintivamente recela y
sospecha. No quiso un toro manso ni uno pastueño. Se deshace de la muleta, saca
el reloj de su padre, colgado de una cadena y se lo muestra al toro dándole
puntual la hora de su muerte. Ahí ocurre el lance de la suerte del reloj.
***
Recuerdo el villancico de la catedral de Urgel:
Que el toro es un demonio,
y el niño quiere ver
la suerte con que el hombre
oy se libra del.
Sé de
buena sangre que la tauromaquia tiene su origen ritual en donde se une el
instinto y obedecen los impulsos humanos más allá de la mera diversión, siendo
fuerza secreta que domina las angustias. El deseo es uno más o menos torcido
por los espectadores de conciencia disimulada. Existe una compasión volátil
disfrazada de odio.
Pepe–Hillo se convence sin escrúpulos
entendiendo un trasfondo histórico. Él está seguro de dominar este baile
gitano, como la copla y la música del cante jondo, con la finalidad de
ahuyentar los espíritus del mal, neutralizando los presagios y torciendo la
dirección de los hados siniestros.
De
frente lo hipnotiza la constelación de espíritus malignos que siempre le fue
inculcado a ese toro del que su arrogancia es tu belleza al burlarlo con tus
pases. Su elegancia, las líneas y los contornos, el color de su pelo, en lo
estático y lo inquieto, su bravura y sus movimientos en lo dinámico, destacan
la imagen de quien está frente al capote. Es esa nobleza y sobriedad lo que
hace que el toro sea el animal ideal. Hay que burlar al toro. Es insustituible,
otra fiera en su posición, atacaría de espaldas, a traición, mordiendo al
hombre.
Teóricamente todas las faenas de la
lidia, como se le llama al movimiento y sus pases en esta práctica, están
estudiadas y cronometradas. Si hay alguna falla es por el toro y su alegoría
suprema de los espíritus del mal, que es con lo que batalla Pepe–Hillo en este
momento. Porque la maldad ataca el alma humana también de frente y solo puede
caer en ella el hombre por ignorancia o por deficiencia.
El toro conserva todos los bultos de maldad y
perversión del hado negro que vibra en la inteligencia de Pepe–Hillo, nunca más
consciente de burlarla, de martirizarla, de destruirla. La bravura del héroe
desafía el peligro; la bravura del toro pone peligro en su ademán. No se puede
lidiar con un toro manso.
En las faenas de Pepe–Hillo, graciosas,
movidas y juguetonas, intervenían más los pies que los brazos. Yo, Pedro
Romero, callado, con quietud y reposo severo, domino el lanceo de capa y muleta
con elegancia sigilosa y tieso al suelo, solo muevo los brazos. No somos
competencia porque cada cual emplea un estilo.
Pepe–Hillo llegó al mayoral y
seleccionó al séptimo toro. Era castellano; no solía gustarle este tipo de
toros. Habían prohibido el uso de estos toros castellanos, pero tú no lo
sabías. Escogió a un negro zaino, que comenzó huyendo de las varas tras recibir
cuatro estocadas de banderillas, irritándolo, pero no embraveciéndolo;
pretendiendo la excitación del toro, ya lograda. Comienza la faena de la
muleta, dos pasos naturales, uno de pecho muy ceñido, y Barbudo se advierte más
cansado, más aplanado, y determina un agotamiento orgánico para luego extenuarlo
y ya aniquilarlo. Le sube el desencanto y la desilusión al toro. Llega a una
desconfianza decadente, de plena agonía. Surge ahora el entableramiento del
toro. Se sitúa en una actitud defensiva y aplomada, pero audaz. El vacuno no
tiene pasión de miedo ni quiere morir. La gritería del público excita a Barbudo,
aun con los sentidos disimulados, los músculos cansados de un trabajo intenso.
Echado frente a la Duquesa, en la esquina del peso Real, a Barbudo lo despertó una
excitación dolorosa, el regreso de algo perdido, que es una reacción
psicológica, y queda reducida en los momentos de triunfo. La muerte está siendo
a cada paso desafiada en el redondel.
–Espere, compañero; lo sacaremos de
ahí –le dije a Pepe–Hillo.
Y no atendiste mi gentileza, volviste
la cara y no me contestaste. Yo, que vi esto, me retiré un poco y lo dejé ir.
Al entrar a matar, el ángulo de tu pie herido en la mañana por un puntazo, no permitió tu agilidad acostumbrada, llegando el toro a cogerte y tirarte por lo alto, recibiéndote de los aires con un cuerno en el estómago, zarandeándote repetidas veces, destruyéndote todas las vísceras, matándote al instante.
AUTOBiografía
Nací en Santurce, Puerto Rico, el 3 de
abril de 1980. Soy hija de Juan A. Hernández y de María Rodríguez, a quien le
daban las infusiones de lagartija azul.
Hice un Grado Asociado en Programación
de Computadoras en el Instituto Tecnológico de Puerto Rico, Recinto de San
Juan. Cursé mi Bachillerato en Educación para la Escuela Secundaria con
concentración en Español en el Sistema Universitario Ana G. Méndez. Estudio mi
maestría en Creación Literaria con concentración en Narrativa en la Universidad
del Sagrado Corazón de Santurce.
Mi cuento “La carne de Tocador Fernández” es parte de la antología de cuentos de horror y terror No cierres los ojos 1, publicada en el 2016. En el 2019 participé No cierres los ojos 2 con el cuento “Ojos de piel”.
Con CADA MEDIA HORA, mi primer libro de cuentos, me acerco a mi infancia en espacios que no son totalmente míos. En este libro expongo parte de lo que experimentaba cuando iba de visita algunos fines de semana. Tras una recuperación inesperada, decidí soltar mis letras y les permití estirarse.
Felicidades, importante trabajo que llega al corazón
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