JOSÉ ANTONIO BENÍTEZ, PUERTO RICO
JOSÉ
ANTONIO BENÍTEZ
PUERTO
RICO
SOBRE
CIRCOS Y BESTIAS
Cuento incluido en Literatría furtiva en jazz
A
Pablo Santiago, quien a pesar de la ceguera,
tiene buen ojo para estos espectáculos.
Tres representantes de un circo llegaron un
jueves en la tarde. De forma muy alegre
la mujer y los dos hombres caminaban, a veces danzaban, por los caminos de
aquel pueblito olvidado, donde nunca había llegado la magia de un circo.
En el pueblo había dos grupos religiosos
que coexistían en paz y mucha armonía.
Los protestantes quienes eran liderados espiritualmente por un pastor, y
su hijo como ayudante. El otro grupo, los católicos, seguían a un sacerdote
viejo que dependía en gran parte de la ayuda de su monaguillo.
Ambos grupos estaban de acuerdo en que la
televisión era un instrumento del Maligno; el pastor llegó a decir que el cable
de conexión eléctrica era el rabo. También había consenso en que la ciencia era
una forma de confundir las almas, que el arte no cristiano era inmoral y las
lecturas debían circunscribirse a La Biblia.
En el pueblo todos tenían las puertas
cerradas y ninguno las abrió para escuchar los anuncios de los representantes
del circo. Algunos abrieron las ventanas.
La mayoría de los que observaban eran niños a quienes les llamaba la
atención la vestimenta y lo que hacían los visitantes. El hombre que iba atrás
en el singular desfile hacía malabares con cuatro pelotas mientras daba brincos
de lado a lado. En ocasiones daba varios pasos hacia atrás, para luego
incorporarse al pequeño espectáculo. La mujer, en el medio, balanceaba un aro
alrededor de su cintura y uno más pequeño en su brazo izquierdo, a la vez que,
con unas zapatillas doradas, en ocasiones se paraba en puntillas. El hombre que encabezaba el desfile tenía
sombrero de copa, una chaqueta negra, de esas que tienen una cola larga partida
en dos. Los pantalones eran blancos, las patas estaban metidas dentro de unas
botas negras altas hasta las rodillas.
Tenía un bigote fino y largo, pero lo más que llamaba la atención de los
pequeños, era el mono que llevaba colgado del hombro izquierdo.
Aquel hombre hablaba a través de un
altoparlante y mencionaba todo lo que encontrarían en el circo, dónde estaría
localizado y cuándo comenzarían las funciones.
El
lugar seleccionado era un predio cerca del pueblo donde se hacían actividades
deportivas y, en ocasiones, ecuménicas. En estas últimas, eran invitadas varias
organizaciones religiosas. Había que subir una pequeña cuesta para llegar al
lugar.
El pastor envió a su hijo para que
investigara cómo era todo aquello y el joven regresó pensativo:
–Papá, vi todo y no hay animales.
–¿Cómo? ¿Un circo sin animales?
–Solo hay una carpa y un escritorio, donde
la mujer está sentada.
–¿Qué hay en la carpa?
–No me permitieron pasar para allá… dijeron
que esta tarde traerían a una de las atracciones principales.
El hijo del pastor olvidó decir que el
monaguillo estuvo por allí, que escuchó todo lo que se explicó y no hizo
preguntas.
En la tarde el pastor fue al lugar. La
mujer del circo estaba sentada en una silla hablando con una de las mujeres del
pueblo que estaba interesada en comprar boletos para alguna de las funciones.
En ese momento llegó el hombre del sombrero de copa en un camión. Lo estacionó detrás de la carpa. De inmediato el malabarista lo asistió,
abrieron la puerta de atrás y aunque nada se podía ver, sacaban algo que según
los rugidos era un animal. Un animal que ni el pastor ni la mujer, que compraba
boletos, podían identificar.
–¿Qué es eso? –preguntó la mujer.
–Una bestia –contestó la representante del
circo.
–¿Qué bestia? –se incorporó a la
conversación el pastor.
–Es de origen desconocido y parte del
espectáculo. Los demás animales irán llegando para el día del desfile el lunes.
–¿Es peligrosa? –preguntó la clienta.
–No, de ninguna forma. No hemos tenido problemas en ninguna parte…
ya verán, le gustará a los niños.
El
pastor y la clienta se miraron y partieron.
Dos horas después había fila para comprar boletos. Una madre preguntó el porqué de comprar los
boletos por adelantado. Se le explicó que eran más baratos. Además, añadió la
representante del circo, es posible que no haya boletos el día de la función...
lo mejor era reservar de antemano.
El malabarista, además de hacer el truco
con las pelotas, se balanceaba en un monociclo. La mayoría de los adultos
estaba acompañados de sus hijos, quienes les apretaban las manos a sus
encargados, cada vez que rugía la bestia.
Desde la loma, tanto el monaguillo como el
hijo del pastor, cada uno por separado, observaban todo.
Llegó el fin de semana y en los distintos
cultos y misas no apareció dinero para diezmo ni ofrenda. Lo que se decía era que la gente del pueblo
había gastado todo el dinero en boletos para las funciones del circo.
El domingo en la noche, el cura trató de
comunicarse con el alcalde, para preguntar por permisos y credenciales del
circo, pero no le halló. La mayoría de
los niños pasaron la noche en vela esperando el desfile. Muchos habían dibujado en sus cuadernos
elefantes, leones y payasos.
Llegó la madrugada del lunes. El cura y el
pastor fueron juntos a la lomita. Al
tope de esta, estaban sentados el monaguillo y el hijo del pastor observando
con duda y preocupación todo alrededor. No estaba el escritorio de la mujer, ni
el camión y mucho menos la carpa. Solo se podían divisar unas cajas y algo de
basura.
El cura y el pastor regresaron para dar la
noticia de que todos habían sido timados. El monaguillo y el hijo del pastor se
quedaron buscando entre la basura y las cajas. El hijo del pastor encontró algo
que creyó importante, pero no compartió el hallazgo con el monaguillo.
El cura y el pastor dieron parte a las
autoridades, quienes concluyeron que se trataba de estafadores profesionales.
En medio de una conversación del cura con el pastor, llegaron dos mujeres, una de cada grupo religioso. La católica
habló:
–Padre, anoche se escucharon unos rugidos
por ahí en ese monte. Creemos que es la
bestia de los del circo, que la olvidaron. Ahora está aterrorizándonos a todos.
La señora protestante, con rostro temeroso,
asentía con la cabeza.
El cura y el pastor se miraron, arquearon
las cejas y fue el pastor quien dijo:
–Veremos qué podemos hacer.
En toda la semana hubo misas y cultos. Muchas personas, quienes antes no visitaban
con regularidad la iglesia, asistieron con devoción esos días.
Uno de esos días el hijo del pastor se
adentró en el monte. Llegó al lugar que
él mismo había acondicionado. Sacó una bolsa donde tenía pilas nuevas y comenzó
a sustituir las que por la última semana habían dado energía a la reproductora
de sonidos, en la cual se escuchaba aquel casete que encontró entre las cajas
de los timadores. De pronto oyó un ruido de algo o alguien que se acercaba;
temió que esa noche el secreto se sabría. No tuvo tiempo para esconderse cuando
vio al monaguillo llegar con una carretilla. El hijo del pastor le salió al
paso y preguntó:
–¿Qué quieres? –preguntó en tono amistoso,
algo nervioso.
–Ayúdame aquí –dijo el monaguillo agitado.
–¿Qué traes ahí?
–Una batería de auto, un convertidor de
corriente y una bocina. Para el lado de nosotros, la bestia casi no se oye.
Álbum
Introducción a la novela Una hora de tu vida
Siempre que leo un escrito, construyo una
imagen de la situación, lugar o persona que se describe. Así era antes y
también lo es ahora que soy una persona ciega. Si no se trata de literatura con
ilustraciones, todos creamos una imagen a partir de lo leído.
En estos días en los que casi todo el mundo
puede tomar fotos, James Bond, el agente 007, con la ayuda del ingenioso «Q»,
ya no goza de las ventajas tecnológicas del pasado. Aun así, sin necesidad de
estos dispositivos tan avanzados, yo también puedo retratar, pero por medio de
la escritura.
Las personas que pueden ver, pueden
determinar la época cuándo se tomó una foto. Cuánta cabellera perdida, cuántas
libras ganadas, arrugas aparecidas, canas, la arquitectura, la moda, la
tecnología y otras señales del paso del tiempo. Espero que en mi álbum, mis
escritos, también se refleje la época.
Uso la analogía del fotógrafo. Fotografío
(narro) las cosas desde la esquina donde estoy ubicado, desde la realidad que
me tocó vivir y en la que me formé.
En el cuarto oscuro de mi cerebro revelo
las imágenes y entonces es que el filtro de mi formación le asigna los colores.
La lectura me permite ampliar la realidad
que vivo.
Las imágenes, en este mundo digital, se
miden en millones de píxeles o megapíxeles. Mientras más grande este número más
nítida es la foto. La nitidez de los escritos va a depender de la narración.
Por supuesto, la ceguera no me permite ver
un álbum de fotos, sin embargo, tengo varios. Por más adelantadas que estén
tanto las cámaras de fotos como las de video, no se puede tomar la una ni el
otro si el evento ya pasó. No podemos tirar fotos ni videos de forma
retroactiva. Hasta que no inventemos la máquina del tiempo como la concibió
H.G. Wells o el De Lorean de Doc Brown, en la película Back to the Future, el
aparato tecnológico no se podrá posicionar frente al evento para hacer su magia.
Sin embargo, a pesar de que los vehículos
mencionados no existen, la memoria y el arte nos permiten hacer el trabajo.
Nos posicionamos con la memoria y, desde
allí, contamos, dibujamos, pintamos, declamamos, escribimos, representamos
todo. La memoria es el lente y el arte es el botón.
Aun así, la memoria nos puede llevar a un
evento que damos como sucedido. Si a este instrumento le añadimos la
imaginación, entonces el lugar donde nos posicionamos lo podemos inventar.
Podríamos posicionarnos en el futuro, para captar imágenes desde allí, y luego
mostrárselas a nuestros contemporáneos. Inclusive, podríamos añadir este relato
que tiene en sus manos, que se supone sea ficticio, y hacerlo parte de eventos
a recordar. Como ejemplo, no podría olvidar la interpretación de la flauta de
Hernán en el negocio de Machito. Los labios de Didi cuando posó para que Sandra
la dibujara. La forma de caminar de Ángela cuando se despidió de Goyo, a Tati
declamando en la despedida de año, los ojos de Yesenia cuando vio a Michael por
primera vez, tampoco la alegría de Brunilda cuando ingenió el proyecto de arte
gráfico.
Son más imágenes que se suman al álbum las
cuales se pueden compartir con quien me lea, con el propósito de que el lector
llegue a dudar si sucedieron en lo que muchos llaman «vida real».
Esta historia, que goza de las virtudes y
limitaciones del mundo que nos rodea, no sucedió según el conocimiento del
autor. Aun así, no se puede descartar como suceso a constatar., en otro
espacio, en otro tiempo.
A la máquina compuesta por
memoria-imaginación-arte le podríamos llamar, para efectos de este relato,
cámara narración. El dispositivo está disponible para todas las personas
quienes quieran contar historias que produzcan en usted el llamado a su memoria
e imaginación, no para limitarse a reproducir la foto o el video, sino para
interaccionar y crear patrones para que la lectura resulte en una experiencia
única por la aportación que hace su intelecto.
Este relato: ojéelo, obsérvelo, estúdielo,
analícelo, interprételo; Los mismos niveles de profundidad, que cuando se
aplican a una foto, más nos dice.
En estos días, en los cuales hay cámaras
ubicadas en lugares públicos, en establecimientos privados y en manos de mucha
gente, a la hora de construir un álbum con nuestra imagen, tendríamos que
solicitar de ellos las fotos en las cuales aparecemos. Solo espero que esas
imágenes, para las que no posamos y no sabemos quién las tomó, no alteren el rumbo de nuestras vidas. Hay una
creencia de que una foto podría robarle el alma. No estoy seguro de esto, solo
sé que una foto podría robarle la calma.
BIOGRAFÍA
José Antonio Benítez nació en Río Piedras,
Puerto Rico en el 1962. Tiene un bachillerato en Ingeniería de Manufactura con
concentración en Robótica Industrial del Recinto Universitario de Mayagüez y la
Universidad Politécnica, una maestría en Creación Literaria de la Universidad
del Sagrado Corazón y, actualmente, estudia el doctorado en Educación en
Currículo y Enseñanza del Español en la Universidad de Puerto Rico recinto de
Río Piedras.
Ha tomado los siguientes talleres y cursos
relacionados a escritura: Cuento y Poesía con Carlos Vázquez Cruz, Adaptación a
obras teatrales con Roberto Ramos Perea, Novela con Rey Emanuel Andújar, María
Zamparelli y Emilio del Carril, Memoria Histórica, Guion de cortometraje y Microteatro
con Mary Ely Marrero-Pérez.
Perdió la vista en el 2003 y vive en
Bayamón, Puerto Rico con su compañera, Vilma Colón. Disfruta a diario de leer,
escribir, tomar café, escuchar Jazz y enseñar a otras personas ciegas a usar
computadoras.
En junio de 2015, Lamaruca, Gesta Cultural Vitrata bajo la Colección Imago, publicó Literatría furtiva en Jazz, su primera selección de cuentos. En el 2017, publicó la novela Una hora de tu vida.
Visita https://literatria.com/ para conocer más sobre el autor.
Contacto:
Email: jose@literatria.com
WhatsApp: +1 (787) 246-1241
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