MARÍA LOURDES OPORTA SUÁREZ, NICARAGUA

MARÍA LOURDES OPORTA SUÁREZ 

NICARAGUA

CADA VEZ

Cada vez

que cruzas esa puerta

y me dejas implícita tu ausencia

recuerdo sin querer

aquel amor antiguo

que adelgazó mis alegrías

y esperaba hambriento tu retorno.

 

Cada vez

que cruzas esa puerta

me dejas sin luz

sin verano ni vierno

sin fe ni ilusiones

 

Cada vez

que cruzas esa puerta

pululan los fantasmas

y danzan en mis penas.

EL AMOR DE MI VIDA

El veintitrés de junio de mil novecientos noventa y dos, me levanté más temprano porque iría de compras al mercado. Al regreso le cocinaría su plato favorito al padre de mis hijos. Todos nos dispusimos para celebrarle su día. A quince años de casados no me podía quejar de él: un buen padre, amigo y esposo.

Él llegó antes de lo habitual. Lo percibí extraño, no sabía si su rostro denotaba tristeza o preocupación. No quiso almorzar y me llamó al dormitorio. Hasta hoy viviré con ustedes. Fue lo único que dijo y se marchó.

Intuí que sus sentimientos ya estaban compartidos y no había un espacio para mí, tal vez cariño, agradecimiento, por ser la madre de sus hijos y por el tiempo que supimos convivir.

No consigo explicar lo que pasó en ese instante, a lo mejor por eso no hubo tiempo de llorar, de formular preguntas y esperar respuestas, hasta después del vacío, de los recuerdos, los temores, y del dolor que empezaba a incubarse, sin poder echarme sal en la herida. Él Se fue y no se llevó nada. Nunca me llamó ni me buscó, pero siempre estuvo.

A los dos años y siete meses, llegó a la casa. ¿Me puedo quedar? - consultó-. Lo dejé quedarse. Le arreglé uno de los cuartos. Cenó y se fue a dormir. Al día siguiente lo llamé para desayunar, pero no respondió: estaba muerto. Le gustaba escuchar música mientras llegaba el sueño. En la radio sonaba “El amor de mi vida” de Pablo Milanés.

LA CASA VACÍA

Ese día, llegué a la hora de siempre, no miré el reloj, pero eran como las diez de la noche. La calle se miraba sola, todo era silencio.

Cuando me acerqué a la casa, sentí algo extraño. Saqué mi lamparita para ver el orificio del candado e introducir la llave. Abrí el portón, encendí las luces, entré a la sala, en cada cuarto: todo lo suyo ya no estaba. Sucedió lo esperado, tarde, pero sucedió. No sé por qué no se había ido, si las condiciones estaban a la mano y bien claritas. Lo mejor que podía pasarnos era eso, que cada quien se apropiara de su espacio para vivir y dejar vivir, cada quien, a su manera, con sus alegrías o tristezas, con sus triunfos o sus fracasos, con su risa o con su llanto.

No sé por qué no se había ido, si lo que más sobraba era la perfidia, el desprendimiento, los dolores explícitos y escondidos, la palabra pronunciada, la que se dejó de pronunciar. Tal vez se aferró a la costumbre de vernos, de discutir, de no pasarnos palabras o de saber que por lo menos ahí estábamos. En el fondo tal vez no quería irse, en el fondo tal vez no quería que se fuera, pero era lo mejor.

La última vez, me dijo que nunca me dejó de querer, que las cosas podían cambiar y terminar de otra manera, pero yo no aspiraba a que las cosas fueran de otra manera, ni me interesaba si me quería o me había dejado de querer. Nadie está obligado a quererte o estar con vos toda la vida - comentó un día mi madre-.

Me senté y lo recordé todo: el antes, el después, el ahora. Quise llorar, pero acomodé cada lágrima en su lugar. Nunca valió la pena llorar. No valía la pena llorar ahora. Me acordé de ignorar el pasado, aunque no había nada que añorar, ni qué recordar, ni qué lamentar, porque nada había perdido, él me perdió.

En ese trance, me llamó mi abuela y le conté todo. ¿Por qué no amarran el hilo? – me aconsejó-No me importa ningún remiendo le respondí, muy segura. Realmente para qué, si ya esperaba que ese hilo se soltara.

De pronto, sentí un vacío y me atrapó la tristeza. Busqué ansiosa en toda la casa. No estaba Tino. Todas las noches me esperaba en el portón, a una cuadra me sentía y empezaba a ladrar. Me saludaba moviendo la cola, se asía a mi cintura; era la forma de expresar su amor y su agradecimiento. Esta vez no pude regresar las lágrimas a su lugar, su ausencia me dolía. Así me sentí con la muerte de Guta. Cuando no salió a recibirme y divisé la crucecita en el fondo del patio, ya sabía lo que había pasado.


BIOGRAFÍA

María Lourdes Oporta Suárez, es oriunda de la ciudad de Juigalpa, Nicaragua. Nacida el 04 de marzo de 1957.Graduada en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) en 1983 como Licenciada en Ciencias de la Educación con mención en español. En la Universidad Centroamericana (UCA) como Socióloga. Cursando su tercer año en la UNAN escribió algunos poemas que fueron publicados en el periódico “El Nuevo Diario” en 1980, luego predominó la escritura de cuentos, de los cuales once de ellos fueron publicados en diferentes años en el diario “La Prensa “, tres en la Antología “Mujeres al Centro” (Guatemala, 2019, libro electrónico), cinco en la antología “175 relatos de escritoras latinoamericanas de Elipsis Editores, Colombia, libro en impresión. El enfoque de sus cuentos es de corte social. Un sueño que abraza Lourdes es publicar su primer libro de cuentos, impreso, en el 2022 y de ser posible, un libro electrónico.

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